Tradicionalmente ha sido la familia la institución encargada de la formación de los más
pequeños. Sobre la familia recaía la responsabilidad de satisfacer la mayoría de las
necesidades infantiles.
Las primeras escuelas surgen en la Edad Media. Son las llamadas escuelas monacales, que
tienen como objeto la formación religiosa y la enseñanza del trivium y el cuadrivium. Lentamente la escuela se
convierte en un contexto de desarrollo de la infancia y adquiere pleno sentido plantearse el
tema de las relaciones entre la familia y la escuela.
Por una parte, no podemos permitirnos la más mínima duda de que todos los
padres desean la mejor enseñanza para sus hijos. Tampoco podemos olvidar que la
escolaridad en España es obligatoria hasta los 16 años y aunque unos hablan de hijo y otros
de alumno, en realidad están hablando del mismo niño. Se trata de dos contextos diferentes,
pero de un sólo niño, y es esta unidad la que obliga a padres y maestros a tener que ponerse
de acuerdo en qué es lo mejor para su desarrollo. Pero, incluso en aquellos casos en los que
no ha habido contactos cara-cara entre padres y profesores, no deja de existir una relación,
relación que viene marcada por comentarios de terceros, y de modo muy significativo por
los comentarios, comportamientos, actividades y logros del propio hijo o alumno. Ni unos
ni otros pueden evitar formarse una imagen, que es transmitida a los hijos (a los alumnos),
lo que a su vez influye en las percepciones y expectativas que éstos se forman, en particular
sobre el profesor y la escuela.
Y por todo ello hablamos de reto. Porque tanto la escuela como la familia tienen una meta
común, ineludible, y aunque es altamente deseable no es menos complicada, por lo que
parece aconsejable sugerir que se intente de forma conjunta.
García Bacete, F. J. (2003). Las relaciones escuela-familia: un reto educativo. Infancia y aprendizaje, 26(4), 425-437.
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